Comentario
Los artistas madrileños trabajaron todos los géneros pictóricos con desigual intensidad. Destaca la pintura religiosa, tanto mural como en lienzos para altares y capillas privadas. Es de este género del que se conserva la mayor parte de la producción de nuestros artistas. Pero también a través de lo poco que nos ha llegado y especialmente por las fuentes literarias de la época, sabemos que trabajaron el tema mitológico, por ejemplo para las decoraciones de los salones del desaparecido Alcázar. Parece que, de todos modos, no fueron buenos especialistas en el género. Palomino nos comenta que cuando Felipe IV vio las decoraciones de Francisco Camilo con escenas de Júpiter y Juno, "no quedó muy satisfecho de esta pintura; porque dijo que Júpiter parecía Jesucristo, y Juno la Virgen Santísima: reparo digno de la discreción, e inteligencia de tan católico Rey; y de que le observemos los artífices, como documento". De cualquier modo, la pintura mitológica parece que siguió siendo encargada preferentemente a artistas italianos y flamencos.
Un género frecuente fue el retrato, aspecto bien conocido y documentado en los artistas como Carreño de Miranda o Claudio Coello, ya que fueron pintores de cámara del rey Carlos II, manteniendo las formas del retrato oficial de Corte. No tan conocido, aunque sí importante, fue el retrato de encargo de la nobleza y el clero, una importante clientela de este género. También se conservan cuadros de género con escenas cotidianas al estilo flamenco o boloñés, aunque son casos realmente excepcionales y casi reducidos a las otras atribuidas a Antonio Puga y las de Antolínez.
Por último, se trabajó en los decorados de escenarios y arquitecturas fingidas, así como en la pintura de bodegón, naturaleza muerta y paisaje, incluso por artistas que no estaban especializados en este género, como es el caso de Mazo en el paisaje o Mateo Cerezo en el bodegón.
También trabajaron con las diferentes técnicas de la época. El óleo era usado para los lienzos que decoraban los retablos o las capillas particulares, los retratos y gran parte de la pintura de género. Para las grandes composiciones de los cuadros de aparato, se conservan muchos dibujos preparatorios, algunos de ellos con la típica retícula para transportar el dibujo al tamaño mayor del lienzo. La técnica al fresco y al temple se usaba para las decoraciones de techos y paredes. Se sabe que los pintores realizaban dibujos a pluma para esbozar las ideas generales de la composición y luego las trasladaban a cartones del tamaño de la obra definitiva. En este sentido se conoce un boceto al óleo de Colonna y Mitelli para una decoración de quadratura (Madrid, Museo del Prado).
Para las arquitecturas efímeras realizadas para entradas triunfales, para la exaltación de algún santo o dogma de fe, para los monumentos funerarios, o para los autos de fe, así como para las decoraciones de los teatros madrileños, los pintores utilizaban la técnica al temple. También se conservan muchos dibujos que dan idea del aspecto general de los catafalcos y escenarios, o de aspectos concretos de las obras que el pintor estaba interesado en estudiar. Gracias a sus dibujos y algunos grabados de la época podemos reconstruir parcialmente aquellos escenarios ilusionistas y triunfales que ocultaban la triste cara de la decadencia española.
Los artistas madrileños pueden ser divididos en tres grupos principales: aquellos que comienzan a trabajar en vida de Velázquez, pero no bajo la doctrina clasicista del sevillano, sino que se acercan a las posturas más barrocas de los flamencos italianos. Pintores que se independizan como maestros muy tarde, con más de treinta años de edad. Son los artistas de la primera generación. Hay un segundo grupo, el de la generación truncada, discípulos de los anteriores, que florecen muy jóvenes como grandes maestros, todos ellos antes de los veinticinco años, y que mueren antes que sus propios maestros, como si fuesen estrellas fugaces.
Un tercer grupo es el formado por los pintores cercanos a Claudio Coello, superviviente de la generación anterior y que se adentra en una pintura más cercana formalmente al mundo italiano del clasicismo, probablemente por influencia de sus colaboradores, Sebastián Muñoz y Jiménez Donoso. En este grupo podría ser insertado el propio Palomino. Un último capítulo lo dedicamos a los pintores de género.